jueves, 3 de julio de 2014

Lodo

Y él seguía gritando con todas sus fuerzas mientras observaba cómo ella continuaba hundiéndose inexorablemente en el lodo. Impedía su avanzar las piernas acalambradas y embebidas en su totalidad en ese fango que se solidificaba lentamente como el concreto. 
Respirar se hacía cada vez más difícil, pero él no se rendía. Mientras, ella sólo se hundía, mirándolo indiferente, sin mover siquiera sus brazos. Era como si  hubiese dejado de estar viva. Como si el alma se hubiera ido, y su lugar, tomado por el vacío de la inexistencia. 
Él en su desesperación desgarraba sus carnes buscando recorrer la poca distancia que los separaba. Pero no la alcanzaba, y sus gritos llegaban en eco a inundar su razón. Su vitalidad se drenaba violentamente sin remedio. 
Ya casi no le quedaron lágrimas ni palabras cuando la vio desaparecer delante de sus ojos, tan cerca al toque de sus manos. Lo último que él pronunció fue el nombre de ella. Arrastraba las sílabas de ese nombre dulcemente pronunciado en otros tiempos y ahora tan inaudible, cuando de pronto la última letra del nombre fue testigo de que la misma mirada que brotó antes en los ojos sin vida de ella, ahora poseía enteramente los de él. 
Volaban los cuervos cuando sus labios terminaron de sepultarse junto con todo su cuerpo sin alma en el abismo.

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