lunes, 9 de abril de 2012

La librería invisible


Se dice de New York que es la ciudad que nunca duerme; sin embargo, creo yo que lo mismo podría decirse de la mayoría de las ciudades del mundo, o acaso de todas ellas. Pero en realidad parece que cuando cae el manto de la noche la ciudad en realidad despierta, y con ella toda su fauna nocturna que la oxigena como los glóbulos rojos en la sangre.  El paisaje cambia y lugares desiertos empiezan a poblarse así como también sucede lo contrario. Esto es lo que llama mi atención, esa calleja, esa esquina, esa vereda por la que en la mañana transitaban distraídos los transeúntes apurados a cumplir su ritual de llegar tarde al trabajo, ahora empiezan a albergar a seres diferentes, pintorescos, los cuales asumirán diversos roles.
Una gran plaza de nuestra ciudad, intransitable en horas matinales, adquiere otro color cuando se adentra la noche. Son en esas horas cuando empiezan a llegar los fenicios de la nocturnidad, con una mercancía de lo más variopinta de lo cual, lo que más me interesa son los libros. Así, extendiendo una funda de plástico azul, van ordenando con desinterés a estos libros, viejos en su mayoría, algunos bastante entrados en años, y otros mostrando la pérdida de algunas hojas de las que uno puede tomar como pretexto para exigir una rebaja en el precio, siempre que el libro lo valga y después de haberse cerciorado que este hecho no influirá en el entendimiento de la trama. Los libros ofrecidos son de todas las razas, tamaños, calidades y categorías; lo mismo se puede decir de su valor monetario. Muchos tesoros se encuentran allí esperando a ser descubiertos o anhelando ese vacío que existe en tu biblioteca. Quizás también esté el libro al que en el futuro responsabilizarás por haber cambiado tu vida o aquel amigo entrañable que perdiste de niño y que con abrir sus páginas te devuelve un aluvión de recuerdos gratos, como el de estar sentado en un rincón de tu habitación devorando sus palabras hasta que escuchabas la voz de tu madre llamándote a comer.
Esta librería temporal se desvanece antes del amanecer, como la carroza de la cenicienta a la media noche, para dejar en su lugar a los peatones y vehículos que tomarán por asalto ese espacio que cobijó las hojas de esa obra que te esperará pacientemente cuando anochezca. Quédate tranquilo amigo lector porque las librerías invisibles, en cualquier forma que ellas se manifiesten, son eternas.

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