Se
dice de New York que es la ciudad que nunca duerme; sin embargo, creo yo que lo
mismo podría decirse de la mayoría de las ciudades del mundo, o acaso de todas
ellas. Pero en realidad parece que cuando cae el manto de la noche la ciudad en
realidad despierta, y con ella toda su fauna nocturna que la oxigena como los
glóbulos rojos en la sangre. El paisaje
cambia y lugares desiertos empiezan a poblarse así como también sucede lo
contrario. Esto es lo que llama mi atención, esa calleja, esa esquina, esa
vereda por la que en la mañana transitaban distraídos los transeúntes apurados
a cumplir su ritual de llegar tarde al trabajo, ahora empiezan a albergar a seres
diferentes, pintorescos, los cuales asumirán diversos roles.
Una
gran plaza de nuestra ciudad, intransitable en horas matinales, adquiere otro
color cuando se adentra la noche. Son en esas horas cuando empiezan a llegar
los fenicios de la nocturnidad, con una mercancía de lo más variopinta de lo
cual, lo que más me interesa son los libros. Así, extendiendo una funda de
plástico azul, van ordenando con desinterés a estos libros, viejos en su
mayoría, algunos bastante entrados en años, y otros mostrando la pérdida de
algunas hojas de las que uno puede tomar como pretexto para exigir una rebaja
en el precio, siempre que el libro lo valga y después de haberse cerciorado que
este hecho no influirá en el entendimiento de la trama. Los libros ofrecidos
son de todas las razas, tamaños, calidades y categorías; lo mismo se puede
decir de su valor monetario. Muchos tesoros se encuentran allí esperando a ser
descubiertos o anhelando ese vacío que existe en tu biblioteca. Quizás también
esté el libro al que en el futuro responsabilizarás por haber cambiado tu vida
o aquel amigo entrañable que perdiste de niño y que con abrir sus páginas te devuelve
un aluvión de recuerdos gratos, como el de estar sentado en un rincón de tu
habitación devorando sus palabras hasta que escuchabas la voz de tu madre
llamándote a comer.
Esta
librería temporal se desvanece antes del amanecer, como la carroza de la
cenicienta a la media noche, para dejar en su lugar a los peatones y vehículos
que tomarán por asalto ese espacio que cobijó las hojas de esa obra que te
esperará pacientemente cuando anochezca. Quédate tranquilo amigo lector porque
las librerías invisibles, en cualquier forma que ellas se manifiesten, son
eternas.
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